domingo, 9 de marzo de 2014

Ofrenda.

Algo cierto es que yo amo a los animales. De modo colosal.
Es más, me han retado varias veces por decir (oh sí, porque siempre mi error es hablar al pedo) que daría mucho más por un animal que por un ser humano. A menos que sean mis familiares, en ese caso dejaría todo por ellos, y me las arreglaría para ayudar a los bichos también.
Cuestión es que considero que estos seres tan hermosos esconden mil secretos que, al no poder hablar, no se exponen. Pero yo creo que puedo entenderlos, o al menos, les hablo como si ellos sí lo hicieran (no habla muy bien de mí, tremenda loca).

Tengo siete gatos y tres perras. Mi historial de mascotas ha sido extenso y la pérdida de cada uno de ellos a lo largo de mi vida ha generado una especie de vacío, como si perdiera un familiar. En verdad! Y los amo con todo mi ser. Y a veces les doy de comer a cerca de cinco o seis gatos de afuera (que algunos tienen o no tienen dueño), y a entre cuatro o cinco perros, en las mismas condiciones.
Trato de, siempre, enseñarles a que a pesar de que sus vidas sean duras y maltratadas, puede llegar a existir una salida. Y detrás de eso, pueden confiar, pueden ser queridos. Y me destroza que algunos huyan de mí cuando quiero mimarlos, o se sientan en peligro. Del mismo modo me siento ultra feliz cuando después de meses intentándolo, se dejen apenas tocar, y descubran un camino lleno de ternura que tengo guardado para todos los animales posibles.

La gente normalmente considera que tanto los animales domésticos como los salvajes no tienen sentimientos, no piensan, sino que se manejan por instinto, como... no sé, bestias? Pero a mi criterio, y tengo infinitos fundamentos, sienten, quieren, se organizan y viven conscientes de todo lo que los rodea. Eso, y encima cuentan con un instinto que en los humanos se llama "sexto sentido", y los orientan, y todo sale genial para ellos. O al menos, saldría si esos humanos no interfirieran en sus existencias. Ultra frustrante.

Hago hincapié en lo de los sentimientos (y tengo fundamentos, repito), porque aunque el episodio que voy a contar ya una vez pasó con uno de mis gatos (que falleció a mediados de 2013, el Conde Cucho) y mi papá, esta vez pasó conmigo y mi gata Vaca.
Estaba esta mañana acostada (yo, jaja), y me desperté sobresaltada por el maullido "raulístico" de uno de mis gatos. Usualmente es Gus, el peludo blanco, que ya tiene doce años, y de la nada empieza a maullar re fuerte un sonido primitivo que nada que ver a un "miau" tiene. Es "rrrrrrauuuuullll, rrrrraaaaauuuuullllll". Pero no era el mismo "Raúl", era "gorraaauuulll".
Sé que es ultra pelotudo lo que estoy explicando, pero bueno, ya fue. La cosa es que me levanté, y vi en el medio del living que Vaca estaba sentadita derecha, mirando hacia las dos habitaciones (la mía y de mi hermano, y la de mis papás). Vaca me miraba re rara y maullaba más fuerte. Veo a sus pies una cucaracha. Sí, no griten, una cucaracha patas para arriba (medio al horno ya, porque mis gatos tienen la costumbre de torturar a las cucas).
La cosa es que me hiper emocioné. Recordé una historia que hace mucho me dijo mi viejo, acerca de la lealtad de los gatos, que se demuestran mediante "ofrendas". Cazan algo con esfuerzo, vuelven y se lo entregan a los dueños, o a quienes ellos consideran importantes. Y me alegré, porque significó que mi Vaca gorda, loca, histérica, me quiere, o al menos, nos quiere a todos! :D así que la estuve mimando muchísimo.

La moraleja de todo esto, para los que algún día lean esto y tengan una mascota, lo amen como si fuera parte de su familia. De hecho, lo es. Y si ven a algún animal en la calle, por más feo, enfermo, malo, manso, hermoso, de raza o croto que sea, o más allá de si es abandonado o con dueño, al menos tírenle un besito, tóquenle la frente, sonríanle, háganle creer que en este mundo tan de mierda aún se puede rescatar algo bueno.

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